They met in Jupiter, Florida, in the spring of 2001.
Plácido Polanco was already a Cardinal — a contact hitter who never complained, a pro’s pro who could play anywhere on the dirt. Albert Pujols was a 21-year-old non-roster invitee out of Class-A Peoria who didn’t even have a place to live. Polanco handed him a key.

Players from the Dominican Republic line up with President Leonel Fernández and Hall of Famer Juan Marichal before the Cubs–Cardinals game in St. Louis, Oct. 3, 1999. Plácido Polanco stands first on the left for St. Louis. (AP Photo/Bill Boyce)
By April, Pujols was batting third for Tony La Russa.

Albert Pujols and Plácido Polanco high-five as St. Louis Cardinals teammates during the 2001 season. (AP Photo)
By July 2002, Polanco was gone — traded to Philadelphia with Bud Smith, the rookie left-hander who’d thrown a no-hitter just ten months earlier, in the deal that brought Scott Rolen to St. Louis.

Albert Pujols and Plácido Polanco high-five as St. Louis Cardinals teammates during the 2001 season. (AP Photo)
The clubhouse Polanco left behind still buzzed with names like Edgar Rentería, Miguel Cairo, and Fernando Tatís Sr. — a multilingual bridge between generations.
That trade built the modern Cardinals cathedral: Rolen at third, Pujols at first, and a championship altar waiting to be blessed.
In 2006, Polanco led Detroit to the World Series — hitting .529 in the ALCS beside Magglio Ordóñez and rookie Justin Verlander — only to go hitless as Pujols, Molina, Eckstein, and Taguchi raised St. Louis’s 10th banner.

Five years later, his 102-win Phillies — Halladay, Hamels, Utley, Howard, Rollins — lost 1–0 to Chris Carpenter and Pujols’ Cardinals in the 2011 NLDS.
St. Louis rode that game into the Freese miracle, Berkman’s resurrection swing, and an 11th championship.
Twice, Pujols and the Cardinals won rings through Polanco’s teams.



There’s no bitterness when Polanco tells it.
“Albert baptized my son,” he once said. “He’s my compadre.”
The man who took his job became family — an unshakable link that still feels biblical.
That bond began years earlier, when Polanco recalled meeting Pujols as a raw minor leaguer in 2000.
In a 2022 appearance on Abriendo El Podcast, Polanco told the story with a laugh and a trace of awe:
“Firmó… y el jugó de una b en la clase media… Yo estaba en grandes ligas… y cuando yo le di la mano a ese muchacho allá, casi me la rompe la mano.”
“He’d just signed and was playing in A-ball. I was already in the big leagues… and when I shook that kid’s hand, he almost broke it. I thought, this guy’s different.”
A year later came the moment that sealed their friendship forever:
“Yo le dije, ‘Mira, yo tengo un apartamento, quédate conmigo.’ Y ahí se quedó conmigo entero spring training.”
“I told him, ‘Look, I’ve got an apartment — stay with me.’ And he spent that whole spring training living with me.”
From that apartment in Jupiter grew a brotherhood that’s lasted a quarter century.
Since retiring, their paths have circled back. Pujols joined the Dodgers, returned to St. Louis for his farewell tour, then stepped into front-office work, TV, and managing winter-ball in the Dominican Republic.
Polanco, ever the craftsman, joined the Dodgers’ player-development staff in 2019 and later reunited with Pujols on the staff of Leones del Escogido, guiding the club to a LIDOM title and Caribbean Series crown.
Then came the national call: the 2026 World Baseball Classic staff announcement — Albert Pujols, manager; Plácido Polanco, bench coach.
The same two men from that Jupiter apartment, now entrusted with leading a roster that could feature Sandy Alcántara, Framber Valdez, Cristian Javier, Luis Severino, and Emmanuel Clase — the next great Dominican rotation, the next verse in their shared scripture.
And now, suddenly, another collision.
Just this week, Pujols met with the Los Angeles Angels about becoming their next manager. The same franchise that once released him now wants him back — halo over his head, clubhouse in need of revival.
If the Angels job happens, he’d become one of the rare superstar players to step directly into a big-league managerial seat.
But to do so, he may have to hand off the Dominican post before March.
So here we are again — a crossroads that feels preordained.
Will Polanco follow him to Anaheim, joining his old compadre in the majors once more?
Or will he stay home, carrying the Dominican torch that Pujols lit, guiding the next generation from the same soil that raised them both?
Maybe that’s the real miracle — that two men who began as roommates in spring training still mirror each other’s lives two decades later, each chasing grace in his own dugout.
One with a halo.
One with the flag of Quisqueya stitched to his heart.
Both still trying, in their own way, to serve the game that first handed them a key.
Traducción al español del artículo original en inglés escrito por J Barry para World Baseball Network.
Se conocieron en Júpiter, Florida, en la primavera del 2001.
Plácido Polanco ya era Cardenal — un bateador de contacto que nunca se quejaba, un profesional que podía jugar en cualquier posición del cuadro. Albert Pujols era un joven de 21 años, invitado sin puesto fijo al roster de los entrenamientos, recién salido de Clase A en Peoria, y sin un lugar donde vivir. Polanco le entregó una llave.
Para abril, Pujols ya bateaba tercero para Tony La Russa.
En julio de 2002, Polanco se fue — cambiado a Filadelfia junto a Bud Smith, el novato zurdo que había lanzado un juego sin hits apenas diez meses antes, en el cambio que trajo a Scott Rolen a San Luis.
El clubhouse que dejó Polanco seguía vibrando con nombres como Edgar Rentería, Miguel Cairo y Fernando Tatís Sr. — un puente multilingüe entre generaciones.
Ese cambio ayudó a construir la catedral moderna de los Cardenales: Rolen en tercera, Pujols en primera, y un altar de campeonato esperando su bendición.
Dos campeonatos y dos desilusiones después, ese cambio todavía resuena.
En 2006, Polanco llevó a Detroit a la Serie Mundial — bateando .529 en la Serie de Campeonato de la Liga Americana junto a Magglio Ordóñez y el novato Justin Verlander — solo para quedarse sin hits mientras Pujols, Molina, Eckstein y Taguchi levantaban la décima bandera de San Luis.
Cinco años más tarde, sus Filis de 102 victorias — Halladay, Hamels, Utley, Howard, Rollins — cayeron 1–0 ante Chris Carpenter y los Cardenales de Pujols en la Serie Divisional del 2011.
San Luis montó esa victoria hasta el milagro de Freese, el swing de resurrección de Berkman y un undécimo campeonato.
Dos veces, Pujols y los Cardenales ganaron anillos a través de los equipos de Polanco.
No hay amargura cuando Polanco lo cuenta.
«Albert bautizó a mi hijo», dijo una vez. «Él es mi compadre».
El hombre que le quitó el puesto se convirtió en familia — un lazo inquebrantable que todavía se siente bíblico.
Ese vínculo comenzó años antes, cuando Polanco recordó haber conocido a Pujols como un ligamayorista crudo en el 2000.
En una aparición de 2022 en Abriendo El Podcast, Polanco contó la historia entre risas y con un toque de asombro:
«Firmó… y él jugó de una vez en la clase media… Yo estaba en grandes ligas… y cuando yo le di la mano a ese muchacho allá, casi me rompe la mano».
Un año después llegó el momento que selló su amistad para siempre:
«Yo le dije, ‘Mira, yo tengo un apartamento, quédate conmigo.’ Y ahí se quedó conmigo todo el spring training.»
De ese apartamento en Júpiter nació una hermandad que ha durado un cuarto de siglo.
Desde su retiro, sus caminos se han vuelto a cruzar. Pujols se unió a los Dodgers, regresó a San Luis para su gira de despedida, y luego pasó al trabajo en oficina, televisión y manejo en la liga invernal dominicana.
Polanco, siempre el artesano, se unió al personal de desarrollo de jugadores de los Dodgers en 2019 y más tarde se reunió con Pujols en Leones del Escogido, guiando al club a un título de LIDOM y a una corona de la Serie del Caribe.
Luego llegó la llamada nacional: el anuncio del cuerpo técnico del Clásico Mundial de Béisbol 2026 — Albert Pujols, mánager; Plácido Polanco, coach de banca.
Los mismos dos hombres de aquel apartamento en Júpiter, ahora encargados de liderar una selección que podría incluir a Sandy Alcántara, Framber Valdez, Cristian Javier, Luis Severino y Emmanuel Clase — la próxima gran rotación dominicana, el siguiente versículo en su escritura compartida.
Y ahora, de repente, otro cruce de caminos.
Esta misma semana, Pujols se reunió con los Angels de Los Ángeles sobre convertirse en su próximo mánager. La misma franquicia que una vez lo liberó ahora lo quiere de regreso — halo sobre su cabeza, camerino en busca de avivamiento.
Si se concreta el trabajo con los Angels, se convertiría en uno de los pocos súper estrellas en pasar directamente de jugador a dirigente en las Grandes Ligas.
Pero para hacerlo, tal vez deba dejar el puesto dominicano antes de marzo.
Aquí estamos otra vez — un cruce que parece escrito desde arriba.
¿Seguirá Polanco a su compadre a Anaheim, uniéndose una vez más en las mayores?
¿O se quedará en casa, llevando la antorcha dominicana que Pujols encendió, guiando a la próxima generación desde la misma tierra que los vio nacer?
Tal vez ese sea el verdadero milagro — que dos hombres que comenzaron como compañeros de cuarto en los entrenamientos sigan reflejándose veinte años después, cada uno persiguiendo la gracia desde su propio dugout.
Uno con un halo.
El otro con la bandera de Quisqueya cosida al corazón.
Ambos aún intentando, a su manera, servir al juego que primero les entregó una llave.
Nota del autor:
Esta es una traducción del artículo original en inglés.
Ojalá pudiera escribir desde el corazón en español como lo hago en inglés. Creciendo en el centro de los Estados Unidos, me siento bendecido de vivir ahora en Nueva York y de haber crecido viendo a dos ídolos que muestran lo que significa ser una estrella de Grandes Ligas, un gran padre y una persona completa.
Cuando las alabanzas suben, las bendiciones bajan.
J Barry los quiere a todos. ❤️⚾🇩🇴